Después de la calma
Las 3.00 de la madrugada del viernes 11 de marzo de 2011 y, como todos los viernes, Takashi Tanaka y, hoy también su hijo Sasuke, ya están en pie y a punto de dejar la casa familiar para dirigirse caminando al puerto de Kamaishi, población japonesa de pescadores a orillas del mar Pacífico nororiental, en la conocida región Norte de Honshu, donde han vivido por siempre todas las generaciones de Tanaka que Takashi pueda recordar. Allí abordarán su barco pesquero “Shizumaru” (Calma-Tranquilidad) y saldrán en un rutinario viaje de pesca de langostas hasta la fosa de Japón. La travesía les tomará cinco días entre ir y volver, como bien sabe Takashi, pues ha hecho el mismo viaje durante todas las semanas de los últimos cuarenta años. A diferencia de Sasuke, quien tan solo está pasando unos días de vacaciones con sus padres, ya que su actual residencia es en Tokio, a donde se fue a estudiar una carrera en uno de los miles de institutos que enseñan computación.
En la tibia cocina se despiden de Tomoya, la esposa de Takashi y madre de Sasuke. Ésta, como cada viernes y como cada vez que está contenta, entona una vieja y melodiosa canción japonesa:..”Teo torriate konomama iko, aisuruhito yo, shizukana yoi ni, hikario tomoshi, itoshiki oshieo idaki”*.
Tomoya está contenta porque sabe que al regreso del viaje Takashi y Sasuke vendrán con una buena carga de langostas, que venderán en el pequeño local que rentan en el mercado, el cual funciona los miércoles y jueves cerca del muelle principal del pueblo. Eso les permite vivir cómodamente y ayudar a Sasuke con sus gastos de vida en Tokio. Viven sin lujos ni pretensiones, pero con tranquilidad y seguridad y, al final, es cuanto ellos quieren.
Tan pronto padre e hijo abren la puerta para salir a la calle, un viento helado se les cuela bajo la ropa y les eriza la piel. Takashi piensa que éste año ha hecho más frío que los anteriores, solo recuerda otro marzo igual de cuando aún era un joven adolescente. Fue en una oportunidad cuando acompañó a un amigo de su padre, quien era de los pocos que podía darse el lujo de tener un bote pesquero en esos días, cuando la mayoría en el pueblo vivía de lo que podían pescar con anzuelos, nasa y redes cortas. Cuando ya están sobre el muelle donde tienen amarrado al Shizumaru, una repentina ráfaga de viento le saca el sombrero en forma de capucha tejida que llevaba hasta las orejas. Sasuke corre tratando de agarrarlo, pero el sombrero cae al mar y rápidamente las olas, que están alteradas por los helados vientos, pronto se lo tragan.
Takashi mira como desaparece su sombrero con ojos de tristeza y resignación. Tristeza porque antes de pertenecerle a él había sido de su padre. Era el único bien material que había heredado cuando éste había muerto de una neumonía crónica que lo había acompañado los últimos años de su vida, probablemente por haber tenido que vivir de pescar con anzuelo y redes desde la orilla de la playa, con los pies siempre sumergidos en el agua a tempranas horas del amanecer y en todas las épocas del año. Y resignación, porque sí algo han aprendido los japoneses desde la Segunda Guerra Mundial, es a resignarse; bajan la cabeza, juntan las manos y siguen persistiendo. Un repentino pensamiento pasa por su mente, ¿será un aviso de su padre para que suspendan su viaje? Sacude su cabeza buscando alejar semejante necedad y, para poner punto final a esa idea, dedica una oración a Buda.
En la casa, Tomoya dedicará su día a la limpieza y al arreglo de la casa. Cambiará sábanas y toallas y hará el lavado semanal de la ropa. Dedicará un tiempo a Buda para pedirle por la seguridad de Takashi y Sasuke, porque los acompañe en el viaje y los traiga sanos a buen puerto. Luego almorzará una frugal comida consistente básicamente en arroz y pescado mushimono (al vapor) con jenjibre, descansará un rato y a eso de las tres de la tarde recibirá a sus amigas Sora y Mizú, con quienes preparará unas sabrosas galletas de harina de avena y las acompañarán con Té de hierbas. Como todos los viernes, hablarán de sus mutuos recuerdos, de las experiencias vividas y se alegrarán de haber mantenido una amistad por más de cincuenta años para, antes de despedirse, brindar por éste encuentro y los próximos con una pequeña copa de sake de arroz.
Ya en el mar, Takashi y Sasuke, aprovechando el piloto automático, se dedican a las labores propias de un barco pesquero de poco calado como es el Shizumaru. Preparan las nasas y las boyas con las cuales marcarán las ubicaciones de las mismas, lavarán las cavas, llenarán con kerosén el tanque del motor que mantiene la refrigeración de las cavas, engrasarán las guayas y poleas del andamiaje con el que recuperan las nasas una vez se han llenado. Cuando divisan a lo lejos al Umi Sora (Mar y Cielo), otro barco pesquero de mayor calado, saben que están llegando al primer lugar donde comenzará su faena de pesca.
Comienzan el proceso de arrojar al mar las nasas amarradas a las boyas de localización, en un vaivén que, a quien no esté acostumbrado, haría arrojar por la borda todo lo que su estómago tuviera. Este proceso les toma algunas horas y, ya pasado el mediodía, se dirigen a un bajío cercano formado por el borde submarino de la fosa, para poder lanzar el ancla y disponerse a almorzar y descansar.
A las tres de la tarde, ambos son despertados del profundo sueño en el que estaban sumergidos, por una repentina agitación del bote. Se sentía como sí la mano de un gigante lo hubiera agarrado y lo sacudiera sin contemplación, como un bebé batiendo una maraca. Adiestrados como estaban, padre e hijo saben que es un terremoto, vivir en Japón es acostumbrarse a los continuos temblores de tierra por la ubicación de las islas japonesas, en el borde de una de las más grandes fallas que hay entre las placas tectónicas de la tierra. Pero, habiendo estado en el mar en otros terremotos anteriores Takashi se pregunta sí no será el más fuerte que hubiera sentido y, para empeorar lo que un terremoto significa, había sido bastante largo.
Tan pronto pasa la conmoción y el barco deja de trepidar, padre e hijo se miran a la cara y, sin siquiera cruzar palabra, con sus rasgados ojos mostrando consternación, ambos asienten y levan el ancla para dirigirse al sitio de ubicación de las nasas, recogerlas y regresar a Kamaishi. Ambos están convencidos de que, sin importar donde hubiere estado localizado el epicentro, el terremoto debió afectar muchas poblaciones.
Estando en su trabajo de recuperar las nasas, sienten un sólido “pum” que levanta y baja al barco el cual, tan pronto parece ganar su equilibrio, vuelve a subir y bajar unas cuantas veces. Cada golpe del barco ha sido consecuencia de una alta y continua masa de agua que en forma de una sola ola es seguida en pocos minutos por otra. Esto, para los conocedores, sólo puede significar una cosa…!Tsunami!
Toman la radio del barco e intentan comunicarse con su puerto lo que resulta imposible, sólo oyen a otros pescadores de la zona intentado lo mismo que ellos. Ahora ya no es consternación lo que sienten padre e hijo, ¡es pánico y horror! Miles de pensamientos se agolpan en sus cabezas. El primero, lógicamente, va dirigido a Tomoya y, seguidamente, a sus amigos, sus vecinos y su pueblo.
Al pensar en su pueblo Kamaishi, Takashi siente una oleada de momentánea tranquilidad que, si bien no calma sus miedos de un todo, atenúa el terror que se había instalado en su mente y en su cuerpo, como un espeso líquido que traba sus movimientos y su razonamiento. Cuando recuerda que es uno de los pocos pueblos pesqueros que, a pesar de tener una ligera elevación sobre el mar, salvo al nivel de la bahía, levantó una enorme muralla anti Tsunami a todo lo largo de la zona donde se ubican la mayoría de sus habitantes, justo a un lado de la carretera principal que une al pueblo con los demás centros poblados de la zona. Esta muralla fue motivo de muchas discusiones, al mejor estilo japonés; con elegancia y respeto por las opiniones de todos los involucrados. Costó mucho dinero que, en forma de nuevos impuestos, pagaron sus habitantes pero que, en momentos como éste, perdía importancia por convertirse en el único recurso que los salvaguardaría de una catástrofe así como las modernas regulaciones sobre construcción los venían protegiendo de los constantes terremotos. Takashi agradeció mentalmente a todos aquellos que habían insistido en la construcción de esa barrera protectora antes que en mejorar las instalaciones del puerto.
Conforme navegaban de vuelta y caía la noche, trozos de lo que parecían escombros de un naufragio, comenzaron a golpear al Shizumaru. Takashi y Sasuke debieron vadear alrededor de estas ruinas que, para evitarles mayor preocupación - como si fuera posible- mantenían su anonimato en la oscuridad de la noche. Hasta que, como se habría imaginado alguien que conociera la situación de esos pueblos para esas horas; un enorme trozo de lo que bien podría ser restos de un muelle o de un techo, golpeó al barco por debajo con tal fuerza que debió destrozar la pópela de éste.
Ahora estaban a la deriva y en vez de acercarse a tierra parecían retirarse por una corriente que como enorme resaca los empujaba hacia afuera y hacia el sur.
Transcurrieron varios días y sus noches en las que no divisaban absolutamente nada más que estrellas, sólo un cuarto creciente de Luna para acompañarlos. Pensaban que la corriente los habría arrojado mar afuera porque por las noches no divisaban ninguna luz que pudiera indicarles su cercanía a tierra. Hasta que el martes muy temprano divisaron una columna de lo que parecía humo. Ahora el mar los empujaba en esa dirección. Cuando estuvieron más cerca pudieron divisar unas torres que, como pequeñas “tours Eiffel” sobresalían en la costa. Takashi supo inmediatamente lo que eran, las torres de la Planta nuclear de Fukushima Daiichi.
Lanzaron al mar todo lo que les aportaba peso, ya verían como reponerlas después, ahora lo único importante era mantenerse vivos, llegar a la costa y regresar a Kamaishi. Ayudándose con los remos y aprovechando ahora la corriente, remaron con todas sus fuerzas hacia aquella visión neblinosa.
Varias horas pasaron, los hombres estaban agotados pero continuaban remando hacia las torres. Ahora lucían muy cercanas pero, extrañamente, cuanto más se acercaban, más neblina había sobre la zona. Finalmente, al límite de sus fuerzas, el Shizumaru logró atracar contra unas rocas cercanas a la Planta. Takashi y Sasuke brincaron hacia estas y soltaron el barco, no tenía sentido tratar de sostenerlo pues se haría trizas contra las rocas. Lo vieron irse y, calladamente, le agradecieron haberlos traído sanos y salvos a esta tierra de Fukushima, la cual, empapados de la niebla del lugar, en señal de felicidad, ¡besaron!
NOTAS:
* Teo torriate konomama iko, aisuruhito yo, shizukana yoi ni, hikario tomoshi, itoshiki oshieo idaki. (Mantengámonos juntos mientras pasan los años, o mi amor, mi amor, en la calma de la noche dejemos que nuestra vela arda por siempre, no perdamos las lecciones que hemos aprendido).
Teo Torriate o Let us cling together, es una canción del Queen.
El pueblo de Kamaishi existe. Es uno de los muchos que quedaron totalmente arrasados por el Tsunami, por ser uno de los pocos que tenía barreras anti Tsunami, la gente huyó al sitio que estas barreras protegían y lamentablemente el Tsunami las destrozó y se llevó a propiedades y personas.
Carla Trujillo
Buscando significados para la inspiración de Teo Torriate (let us cling togteher) llegué a tu blog y me gustó mucho leer tu historia, veo que es de hace años, pero igual me alegra que esté aquí.
ResponderEliminarGracias Carla.
Volveré.
Guillermo Valverde
Me ha gustado mucho
ResponderEliminarGracias
sigo sin saber quien es o era Teo Torriate
ResponderEliminar