viernes, 25 de marzo de 2011

Con el corazón en la mano


Con el corazón en la mano

Junto a mí un ingeniero de su época, quien se ha ofrecido a enseñarme el lugar. Mientras camino junto a él observo cómo los artesanos se dedican a cortar y pulir cada piedra para que encajen de manera que no quede espacio ni para pasar una tarjeta de crédito, es sorprendente la precisión y dedicación que tienen aquí.


Durante mi recorrido, logro divisar a un grupo de jugadores, si tuviera que decir qué tipo de deporte se trata, diría algo como una mezcla entre fútbol americano con algo de básquet; el hombre que me acompaña no tarda mucho en darse cuenta de mi ignorancia y rápidamente me explica que se trata de un juego en el que tienen que golpear con pies y caderas, una pesada pelota de hule para meterla a través de un aro a unos 7 metros de altura. Yo no sería capaz ni de golpear esa pelota, ¡qué locura!

Me dice que los que están ahora en la cancha son el equipo local, están entrenando porque ésta noche se enfrentarán al equipo de otra población cercana. La noche del solsticio se celebra con un juego que no terminará hasta que uno de los equipos anote un tanto. El capitán del equipo ganador cortará el corazón al capitán perdedor y tendrá derecho a conservarlo como trofeo. Me insiste en que debo quedarme a ver el juego pero, la idea de un sacrificio tan sangriento no me atrae para nada, antes bien, me produce calosfríos el solo imaginarlo y, la mención a algo tan primitivo me genera sentimientos contradictorios hacia esta gente. Lucen afectuosos y solidarios y, sin embargo, pueden realizar actos de esa índole. 

Después de un largo día en el que tuve la oportunidad de visitar un cenote de unos 60 metros de diámetro, comienza a caer el sol, el ingeniero me lleva con gran entusiasmo hacia su templo principal.  Me indica que me pare en un sitio específico y me pide que espere, a los pocos minutos observo cómo una gran serpiente empieza a recorrer el templo de arriba abajo. Por unos minutos creí que se trataba de simple magia, pero no tardé en darme cuenta en cómo la sombra de las rocas formaban triángulos isósceles, creando la ilusión que minutos atrás había visto.

Tan pronto parece desaparecer la cabeza de la serpiente a través de la puerta superior de la pirámide, por esa misma puerta sale el Piache luciendo sus mejores vestiduras, sobre su cabeza un enorme tocado de plumas y en su mano una antorcha encendida con la que da lumbre a una gran pila de leños en forma de lanza apuntando al cielo y, con un grito ronco y potente da inicio a las festividades. 


            El bullicio y la felicidad de los presentes me envolvió en un estado de alegría tal que, sin darme cuenta y habiendo bebido algunos tragos de una bebida de sabor amargo, ya estaba ubicada en una tribuna para ver el juego que estaba por comenzar. Para empezar, a cada capitán de equipo le amarraron una especie de bolsita tejida que iba sostenida contra sus pechos mediante unas tiras cruzadas y amarradas a la espalda. Las relacioné con las bandas que colocan a los capitanes de los equipos de fútbol. 


Con la anotación del equipo de casa, había concluido el juego, venía la parte que no quería ver. El Piache volvió a salir por la puerta de la pirámide, tenía un cuchillo enorme en una mano y en la otra una especie de vasija de barro. Llamó a lo alto de la pirámide a los capitanes. Yo podía entender la cara de orgullo y satisfacción del capitán del equipo ganador pero, contrario a lo que cualquiera esperaría, la del perdedor mostraba desencanto y hasta rabia pero ni atisbo de miedo o cobardía.  Ya ubicados a cada lado del Piache, éste entregó al capitán ganador el cuchillo y, acto seguido, se hizo a un lado entonando unos cánticos repetitivos, algo así como “hum hum balala! hum hum balala! Hum hum balala!...

El capitán ganador alzó con violencia el cuchillo que lucía resplandeciente a la luz de la enorme hoguera y la multitud que hasta ese momento había estado ruidosa, ¡repentinamente se calló!  Yo quería cerrar mis ojos para no ver la masacre pero, la tensión era tal que mis músculos no obedecían, estuve obligada a ver que, con un rápido y certero movimiento del cuchillo, el capitán ganador cortó del pecho del capitán perdedor... la pequeña bolsa que le habían colocado antes del juego para meterla en la vasija que sostenía el Piache y luego sacarla, empapada y chorreante de un líquido rojo. ¡Fue este el momento de éxtasis de todos los presentes! ¡Allí estaba representada la supremacía de uno sobre otro!


Fue así como entendí que las interpretaciones que hacemos de los dibujos Mayas, no representan el verdadero comportamiento de los pobladores de Chichen Itzá quienes más bien, fueron cultos, ingeniosos, respetuosos de los tradiciones y por sobre todo, visionarios recelosos del futuro. 


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