jueves, 31 de marzo de 2011

Bendito amuleto

La historia surge de uno de los tantos mitos que existen sobre las experiencias que ocurren después de las festividades de los Diablos de Yare.


“Bendito amuleto”

            Estoy seguro de que mi primo lleva el diablo por dentro. Lo conozco hace más de diecisiete años, él sólo me lleva unos meses, hemos sido vecinos en este pequeño pueblo desde que nacimos. Misma escuela, misma plaza y mismo parque hemos compartido desde que tengo memoria. Es por eso que estoy seguro de que últimamente ya no es el mismo, ha cambiado notablemente. Ahora es una persona seria, fría, de oscuros pensamientos y hasta desalmada; se ríe de la desgracia de los demás y vive encerrado en su cuarto realizando extraños cultos. Se lo he comentado a mi tía Lucy, pero insiste que sólo es una faceta por la que está pasando mi primo Fernando.

Todo comenzó hace unas semanas cuando por fin permitieron que Fernando participara en la fiesta de Diablos, todo salió muy bien y el pueblo se divirtió en grande; pero después de ese día él no ha vuelto a ser aquella persona agradable y bullanguera. He tratado de hacer todo lo que se me ha ocurrido para volverlo en sí mismo, he pasado por su cuarto con velitas, cruces, rosarios; le he leído la Biblia de lejitos, le he echado agua bendita y cariaquito morado, hasta a ramazos le caí una vez, pero nada, como en todos mis intentos, me saca ha sacado a patadas.

            Así que decidí llevar esto a manos de alguien que entendiera del asunto. Hablé con el capataz del grupo de diablos y le conté sobre Fernando, me dijo que había escuchado sobre este tipo de situaciones, pero que jamás había vivido una. Juntos consultamos un gran libro en el que nos explicaba qué hacer con el asunto de mi primo. Había que conseguir el amuleto que le haya faltado usar durante el evento y quemarlo.

            Busqué por toda la casa de mi tía, la puse patas arriba prácticamente, cuando ya había perdido las esperenzas de conseguir el objeto me lancé en la grama del patio delantero, ya no hallaba qué hacer. Estaba a punto de romper en llanto cuando observo un pequeño talismán tirado entre las hojas caídas. ¡Sí!, eso debía ser parte de la cadena de mi primo. Inmediatamente lo tomé y lo incineré.

            La mañana siguiente cuando me propuse visitar a Fernando salí corriendo de la casa, y ahí estaba jugando béisbol de nuevo en la calle.

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